domingo, 20 de noviembre de 2011

Fanatismo con la sangre fría

Lo reconozco, lo confieso, lo acepto y asumo las consecuencias. Ayer viví el partido de Mestalla como un fanático y pido perdón por ello. El problema es que era harto difícil no emocionarse con el Valencia-Real Madrid, más teniendo en cuenta mi niñez teñida de taronja

Cuando has vivido desde la grada de Saint-Denis una final de Champions League en la que, con la ilusión de un niño de seis años, ves como un inmenso Real Madrid le inflige un vapuleo de semejantes dimensiones al equipo que tu padre te ha dado y destrozándosete el corazón al instante, el resto de tu vida vives la repetición de esos Valencia-Real Madrid desde una óptica muy distinta a la de cualquier otra persona que no estuviera el 24 de mayo de 2000 en París. Aunque tu afición valencianista disminuya, es en batallas como las de ayer cuando resurge una rata penada más grande que la del escudo y te acuerdas de nombres como los de Gaizka Mendieta, el Piojo López, Anglomá, Kily González o Javier Farinós.



Es entonces cuando, aunque los nombres sean muy distintos a aquellos y ahora imperen Soldados por un bando y Cristianos por el otro, el espíritu de aquella final florece de nuevo. Y justo después viene cuando crees que con el 1-3 de Cristiano Ronaldo no se está todo perdido. A los pocos minutos vibras con ese Soldado que lidera el ejército ché (perdón también por caer en la metáfora fácil) vistiéndose de lo que antaño fue y representó Piojo. Cuando se refleja el 2-3 en el marcador de Mestalla, tanto en el cielo de Valencia como en el bar donde veía yo el partido con mis amigos se podía respirar y sentir la palabra remontada. En esa sinestesia múltiple, te desatas cuando una vaselina de Soldado (¡otra vez él!) traza una trayectoria perfecta hacia la portería madridista. Te abrazas con todo lo que hay alrededor, con esos amigos que gritan igual que tú e incluso chutas al aire la bola de papel de plata que has hecho después de acabarte el bocadillo de lomo y queso. Y vuelves en parte a la realidad, y ves que sí, era fuera de juego, por más que te indignes e intentes demostrar que no lo era. Sangre caliente que aumenta cuando, en una especie de traca final y homenaje a la intensidad, Paradas Romero no ve penalti en la última jugada del partido. Ahí vuelves, del todo y ya hasta el próximo Real Madrid-Valencia, a la completa realidad.

Lo siento y lo reconozco, vuelvo a pedir perdón como al inicio del artículo, pero no lo pude evitar. Pasado un día de los hechos, reflexiono igual o más que ayer, aunque por asuntos de muy diferente índole. Pasado un día, con la sangre ya fría y esfumada esa locura fanática que te invadió ayer durante dos horas, llegas a la conclusión de que si sucedió lo de ayer es porque, además de la importancia de las experiencias pasadas, fuiste testigo de un épico y formidable canto al fútbol por parte de dos enormes equipos. Sólo queda estar agradecido al fútbol, por más droga que pueda ser, por hacernos sentir lo que nos hace sentir, aunque a veces nos haga caer en un fanatismo que, sin duda, después se puede controlar.

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